Da igual el 93% de satisfacción de los clientes o las 6.000 entregas que ha realizado en los últimos dos años, el perfil de Aboudacar Cissé, que en la aplicación se hace llamar Adama, ha sido eliminado de Uber Eats y ya no podrá seguir trabajando como repartidor de comida a domicilio en París.
Esta es la misma situación a la que se han tenido que enfrentar unos 2.500 repartidores de la aplicación, la gran mayoría de ellos migrantes de Costa de Marfil, que utilizaban cuentas falsas ante la falta de papeles y que han visto como su perfil era desactivado de la noche a la mañana tras una auditoría interna llevada a cabo por Uber.
“Me dijeron que mi foto de perfil no coincidía con la cédula que registré. Pero así ha sido durante dos años y no han dicho nada hasta ahora”, asegura Cissé en una entrevista para Infomigrants.
Las identidades falsas en este tipo de aplicaciones son muy habituales, ya que el grueso de trabajadores de las mismas son migrantes sin papeles que no pueden aportar ningún tipo de documentación regularizada para poder trabajar. Es por ello que “alquilan” cuentas ya verificadas para poder trabajar como repartidores.
Es tan normal, que hasta hay anuncios de Facebook para poder llevar a cabo esta práctica que, durante la pandemia, no parecía molestar a Uber Eats, pero que ahora se ha llevado por delante el trabajo de miles de migrantes sin papeles que lo utilizaban para sobrevivir en París. Algunos de ellos tenían estas identidades fraudulentas desde hace más de tres años sin que nadie les hubiera dicho nada nunca.
Uber Eats se justifica asegurando que la eliminación de estos perfiles ha sido el resultado de “una cuidadosa auditoría de cuentas de repartidores llevada a cabo en Francia con el fin de combatir el fraude documental y la subcontratación irregular”.
Un trabajo casi de esclavos del que no se puede huir
Tal como lo describen ellos este es un “trabajo sucio” ya que para poder sacar rédito, los repartidores se ven obligados a hacer jornadas de casi 12 horas, que apenas les repercuten un sueldo de 40 euros al día. “En promedio, una carrera nos da menos de dos euros”, asegura Amidou Koné, que también explica que el vehículo en el que se mueven así como el equipamiento y el combustible quedan a su cargo.
Tampoco tienen seguro médico y si sufren un accidente, muy habituales a causa del tráfico, se tienen que hacer ellos cargo de la asistencia médica así como de los días que no puedan trabajar. Koné arrastra una lesión de rodilla desde el día en el que una scooter le tiró de su bicicleta, como no tiene dinero para pagar la operación, esta se le hincha y le duele, especialmente los días de más humedad.
Pero a pesar de esta precariedad, ninguno de estos repartidores desahuciados de Uber Eats hubiesen dejado su empleo, pues lo necesitan para vivir ellos y sus familias. En el caso de Koné, su esposa y su bebé de tres meses viven junto a él en una habitación subarrendada de un piso de Sarcelles por la que pagan 450 euros al mes y comparten espacio con otra familia y dos hombres solteros.
Además, cada mes envía una media de 400 euros a Costa de Marfil para poder ayudar a su anciano padre y a su hermana divorciada con seis hijos a su cargo. Por su parte, Cissé tuvo que enviar 300 euros el pasado mes para poder ayudar a su media hermana después de que el marido de ésta perdiera su trabajo, “es triste que no pueda ayudar a mi familia. Pero si no tengo trabajo no puedo dar más”.